jueves, 24 de abril de 2008
Terrorismo intelectual
“Hace ya casi unos treinta años que la noción de “terrorismo intelectual” se ha impuesto progresivamente en el universo mediático,y la práctica así identificada ha sido relacionada con las nociones de pensamiento único o de políticamente correcto, para designar el conjunto de medios aplicados para descalificar a un adversario y reducirlo al silencio. Frecuentemente utilizada a tontas y a locas, la fórmula merece que uno se pregunte sobre la realidad de lo que ella recubre, en un tiempo en el que los perros guardianes encargados del control de la información manifiestan una vigilancia siempre más temible en la caza de toda forma de disidencia.
Prohibir toda expresión a un enemigo
“El terrorismo designa el conjunto de prácticas que apuntan a prohibir toda expresión, incluso toda forma de existencia, a un enemigo real o supuesto. Inventado por la dictadura montañesa, enseguida conoció sus peores desarrollos con los grandes totalitarismos del siglo XX y su cortejo de deportaciones y masacres. La liquidación física de comunidades étnicas (los armenios, los judíos o los pueblos castigados por Stalin), el exterminio de clases sociales enteras (Burgueses o gulags en la Rusia soviética), la voluntad de erradicar todo lo heredado del pasado (la revolución cultural china) o las utopías homicidas como las de los Khmers rouges1 o de los genocidas ruandeses, han demostrado hasta qué punto nuestra época permanecía capaz de engendrar crímenes de masa que uno habría creído más contemporáneos a la expansión turco-mongola.
“(…) Todo esto es familiar, y el terror del cual se trata aquí casi no tiene necesidad de ser más comentado. La idea de que el “terrorismo” podría ejercerse en el plano “intelectual”, aparece mucho menos evidente y la expresión puede parecer irrisoria cuando se la relaciona con las grandes carnicerías perpetradas por las políticas “terroristas” en sentido estricto.
Asegurarse el control de los espíritus
“Lo que se ha convenido en llamar el terrorismo intelectual no corresponde menos a una realidad de hoy que merece interés, pues los medios y procedimientos puestos en práctica para asegurarse el control de los espíritus son inseparables del sistema político y social que se ha impuesto progresivamente a lo largo de los últimos decenios en los grandes países post-industriales, en Europa y América del Norte.
“El terrorismo intelectual se inscribe, ante todo, en el contexto bien particular de la “guerra cultural” de la cual Antonio Gramsci –uno de los principales actores del socialismo revolucionario en la Italia del comienzo de los años veinte- ha mostrado hasta qué punto importa ganarla para asegurar la derrota del antiguo orden. Mostrando los límites de la mecánica económica y social que debía conducir naturalmente, según Marx, a la victoria del socialismo, hace ver que lo esencial que está en juego reside en el dominio sobre el poder “cultural” en sentido amplio, aquél que permite el control de los espíritus y de las conciencias y que está en condiciones de dar a las masas los reflejos pavlovianos que permitirán utilizarlas en el sentido deseado.
“Allí donde los conflictos de antaño tenían por objetivo la conquista de los territorios codiciados por los príncipes o los Estados, la nueva guerra apunta al control de la opinión e incluso más allá, de los espíritus en su totalidad. El objetivo pretendido por este nuevo tipo de guerra no es nada menos que la neutralización de la voluntad del adversario, un enemigo que no es más necesario eliminar físicamente sino que conviene REDUCIRLO AL SILENCIO POR TODOS LOS MEDIOS.
Asegurarse el control de los intermediarios
“Para hacer una guerra de este tipo, es necesario asegurarse el control de los diferentes intermediarios que contribuyen a la formación de la opinión (prensa escrita o audiovisual, instituciones de enseñanza y de formación, organizaciones sociales como sindicatos, Iglesias o “asociaciones” sacrosantas). Una vez que el adversario es dejado fuera de todos los lugares de poder y de influencia intelectual, se hace fácil emprender la revolución cultural a la que naturalmente adherirá la gran mayoría de la población, desprovista de los “antivirus” necesarios y a menudo sometida a una intoxicación ideológica que termina por dar sus frutos.
“La inversión general de los valores a la que asistimos desde los años sesenta, es decir, por espacio de dos generaciones, se evidencia como el resultado de un trabajo de gran envergadura que ha permitido a los marginados del período anterior lograr imponer un nuevo orden de cosas, ampliamente inspirado en las mitologías libertarias, individualistas, hedonistas e igualitaristas transmitidas globalmente por la corriente de MAYO DEL 68, cuyo fracaso político ha sido total, pero cuyo éxito “metapolítico” aparece igualmente evidente en la medida en que efectivamente han banalizado nuevos comportamientos e impuesto nuevas representaciones y nuevos “valores”, ampliamente responsables de la crisis profunda que hoy atraviesan las sociedades europeas.
Denuncia y exclusión
“La aplicación de un programa de este tipo exige, evidentemente, reducir al silencio las voces disidentes y es allí que intervienen los diversos procedimientos y técnicas del terrorismo intelectual, que se ejerce en París o en ciertas universidades americanas partidarias de lo políticamente correcto… Denuncia y exclusión constituyen las dos palancas principales de la conducción de las operaciones, pero su eficacia está determinada por el grado de demonización que ha sido posible alcanzar en la designación del adversario. De este modo, la estafa “antifascista” ha sido un medio ampliamente utilizado durante varios decenios para reducir al silencio a eventuales contradictores. Los conjuros relativos a las “horas más sombrías de nuestra Historia” o la eterna reductio ad hitlerum hoy han tomado el relevo con el éxito que conocemos. La construcción de mitos incapacitantes o de referentes discriminatorios forma parte igualmente del escudo colocado para quienes practican el “terrorismo intelectual” cuyo último objetivo reside en impedir toda contestación significativa de la ideología dominante”.
(PHILIPPE CONRAD, A propos du “terrorisme intellectuel”, en Renaissance Catholique, n°87, Mai-Juillet 2005, pp. 22-23).
O sea, diga Ud. de alguno –mintiendo- que es un fascista y ése queda descalificado; diga Ud. que es un nazi y ése queda descalificado. Y además, los otros salen corriendo de su alrededor, no vaya a ser que su fama los salpique… Ud. lo denuncia –falsamente- y logra excluirlo.
El control de los espíritus y de las inteligencias es imprescindible para imponer la Revolución. En el marco de las democracias occidentales, donde se proclama y se garantiza teóricamente la libertad de información y de expresión, se ha desarrollado este terrorismo intelectual, fruto del pensamiento único de los años 68 y de lo políticamente correcto. Ya no hace falta una ideología estructurada como el marxismo-leninismo: ha sido suplido por la “soft-ideología”. Por el terrorismo intelectual, el adversario es reducido al silencio, es condenado a la inexistencia… ¡Y eso también en la Iglesia! No es sólo algo del mundo. Adentro, pasa lo mismo. En los medios progresistas, basta calificar a alguien de lefebrista o tradicionalista, para descalificarlo y anularlo entre sus pares.
Como se ve, es fundamental que los católicos no nos durmamos principalmente en la atención de los medios culturales-intelectuales. Los medios principales del terrorismo intelectual son los canales de educación; la prensa escrita con sus procedimientos de retención de la información o de la no-información; la televisión. En cuanto a los métodos son siempre los mismos, pero en una gama muy extensa: el silencio sobre sus contradictores y sus argumentos –no publicarlos-; la mentira y la repetición de la mentira hasta que obtenga el crédito de la verdad; la desinformación; la demonización y denuncia del adversario; la fabricación de mitos incapacitantes (¿no se fabricaron unos cuantos en la Argentina? ¿no se vive de ellos? ¿no los escuchamos todos los días?) la supuesta “autoridad” de expertos autoproclamados; la exclusión profesional de los recalcitrantes; las campañas de prensa coordinadas; la construcción de “iconos”; la manipulación de las cifras… (¿quién no lo ve a diario?); la reconstrucción del pasado como más les place; etc.
Como vemos, si no queremos sucumbir en la mentira y en la paganización de la sociedad –antes era cristiana y católica- , hace falta resistir y luchar. Una lucha a la vez intelectual y espiritual contra estas elites que nos imponen un modo de pensar.
No dudemos de que es posible revertir la tendencia, a fuerza de coraje y de perseverancia.
Por ello, Pío XII y también Juan Pablo II urgían a los católicos a comprometerse en la recristianización del orden temporal, y en particular a “re-cristianizar la cultura”. A no abstenerse de trabajar para volver a implantar los valores cristianos y católicos en la sociedad. “¿No es esto un sagrado deber para todo cristiano?” (Pío XII, Radiomensaje en el cincuentenario de la “Rerum novarum”, 1/6/1941). “No os desalienten las dificultades externas ni os desanimen los obstáculos del creciente paganismo de la vida pública (…) Vosotros, conscientes y convencidos de tal responsabilidad sagrada, no os contentéis jamás, en el fondo de vuestra alma, con una mediocridad general pública, en la cual el común de los hombres no pueda, sino con actos heroicos de virtud observar los mandamientos divinos (…)” (Idem)
Efectivamente, ¿cómo se puede vivir cristianamente en esta sociedad si, para ello, hay que estar ejercitando casi de continuo la virtud heroica, para no pecar? Importa mucho que las instituciones de a sociedad (familia, escuela, etc.) estén plasmadas de tal manera que sean como un trampolín, para ayudar a cada hombre a conseguir su salvación eterna.
Pero, para ello, es necesario que los laicos se comprometan en la edificación del orden temporal, para hacerlo cada vez más cristiano, más católico, aunque la tarea –por su magnitud y por la extensión del mal- se presente gigante. Los laicos “conscientes y convencidos” no deben quedarse de brazos cruzados, viendo desmoronarse lo poco que queda sano. No deben rehusar al “sagrado deber” de trabajar por la re-cristianización de la cultura argentina.
1 Organización comunista camboyana que, tras la Guerra de Vietnam, la expulsión de los Estados Unidos y el derrocamiento del General Lon Nol (que regía una dictadura militar desde 1970), tomó el poder el 17 de abril de 1975 (la “Caída de Phnom Penh”) y fundó la Campuchea Democrática.
Prohibir toda expresión a un enemigo
“El terrorismo designa el conjunto de prácticas que apuntan a prohibir toda expresión, incluso toda forma de existencia, a un enemigo real o supuesto. Inventado por la dictadura montañesa, enseguida conoció sus peores desarrollos con los grandes totalitarismos del siglo XX y su cortejo de deportaciones y masacres. La liquidación física de comunidades étnicas (los armenios, los judíos o los pueblos castigados por Stalin), el exterminio de clases sociales enteras (Burgueses o gulags en la Rusia soviética), la voluntad de erradicar todo lo heredado del pasado (la revolución cultural china) o las utopías homicidas como las de los Khmers rouges1 o de los genocidas ruandeses, han demostrado hasta qué punto nuestra época permanecía capaz de engendrar crímenes de masa que uno habría creído más contemporáneos a la expansión turco-mongola.
“(…) Todo esto es familiar, y el terror del cual se trata aquí casi no tiene necesidad de ser más comentado. La idea de que el “terrorismo” podría ejercerse en el plano “intelectual”, aparece mucho menos evidente y la expresión puede parecer irrisoria cuando se la relaciona con las grandes carnicerías perpetradas por las políticas “terroristas” en sentido estricto.
Asegurarse el control de los espíritus
“Lo que se ha convenido en llamar el terrorismo intelectual no corresponde menos a una realidad de hoy que merece interés, pues los medios y procedimientos puestos en práctica para asegurarse el control de los espíritus son inseparables del sistema político y social que se ha impuesto progresivamente a lo largo de los últimos decenios en los grandes países post-industriales, en Europa y América del Norte.
“El terrorismo intelectual se inscribe, ante todo, en el contexto bien particular de la “guerra cultural” de la cual Antonio Gramsci –uno de los principales actores del socialismo revolucionario en la Italia del comienzo de los años veinte- ha mostrado hasta qué punto importa ganarla para asegurar la derrota del antiguo orden. Mostrando los límites de la mecánica económica y social que debía conducir naturalmente, según Marx, a la victoria del socialismo, hace ver que lo esencial que está en juego reside en el dominio sobre el poder “cultural” en sentido amplio, aquél que permite el control de los espíritus y de las conciencias y que está en condiciones de dar a las masas los reflejos pavlovianos que permitirán utilizarlas en el sentido deseado.
“Allí donde los conflictos de antaño tenían por objetivo la conquista de los territorios codiciados por los príncipes o los Estados, la nueva guerra apunta al control de la opinión e incluso más allá, de los espíritus en su totalidad. El objetivo pretendido por este nuevo tipo de guerra no es nada menos que la neutralización de la voluntad del adversario, un enemigo que no es más necesario eliminar físicamente sino que conviene REDUCIRLO AL SILENCIO POR TODOS LOS MEDIOS.
Asegurarse el control de los intermediarios
“Para hacer una guerra de este tipo, es necesario asegurarse el control de los diferentes intermediarios que contribuyen a la formación de la opinión (prensa escrita o audiovisual, instituciones de enseñanza y de formación, organizaciones sociales como sindicatos, Iglesias o “asociaciones” sacrosantas). Una vez que el adversario es dejado fuera de todos los lugares de poder y de influencia intelectual, se hace fácil emprender la revolución cultural a la que naturalmente adherirá la gran mayoría de la población, desprovista de los “antivirus” necesarios y a menudo sometida a una intoxicación ideológica que termina por dar sus frutos.
“La inversión general de los valores a la que asistimos desde los años sesenta, es decir, por espacio de dos generaciones, se evidencia como el resultado de un trabajo de gran envergadura que ha permitido a los marginados del período anterior lograr imponer un nuevo orden de cosas, ampliamente inspirado en las mitologías libertarias, individualistas, hedonistas e igualitaristas transmitidas globalmente por la corriente de MAYO DEL 68, cuyo fracaso político ha sido total, pero cuyo éxito “metapolítico” aparece igualmente evidente en la medida en que efectivamente han banalizado nuevos comportamientos e impuesto nuevas representaciones y nuevos “valores”, ampliamente responsables de la crisis profunda que hoy atraviesan las sociedades europeas.
Denuncia y exclusión
“La aplicación de un programa de este tipo exige, evidentemente, reducir al silencio las voces disidentes y es allí que intervienen los diversos procedimientos y técnicas del terrorismo intelectual, que se ejerce en París o en ciertas universidades americanas partidarias de lo políticamente correcto… Denuncia y exclusión constituyen las dos palancas principales de la conducción de las operaciones, pero su eficacia está determinada por el grado de demonización que ha sido posible alcanzar en la designación del adversario. De este modo, la estafa “antifascista” ha sido un medio ampliamente utilizado durante varios decenios para reducir al silencio a eventuales contradictores. Los conjuros relativos a las “horas más sombrías de nuestra Historia” o la eterna reductio ad hitlerum hoy han tomado el relevo con el éxito que conocemos. La construcción de mitos incapacitantes o de referentes discriminatorios forma parte igualmente del escudo colocado para quienes practican el “terrorismo intelectual” cuyo último objetivo reside en impedir toda contestación significativa de la ideología dominante”.
(PHILIPPE CONRAD, A propos du “terrorisme intellectuel”, en Renaissance Catholique, n°87, Mai-Juillet 2005, pp. 22-23).
O sea, diga Ud. de alguno –mintiendo- que es un fascista y ése queda descalificado; diga Ud. que es un nazi y ése queda descalificado. Y además, los otros salen corriendo de su alrededor, no vaya a ser que su fama los salpique… Ud. lo denuncia –falsamente- y logra excluirlo.
El control de los espíritus y de las inteligencias es imprescindible para imponer la Revolución. En el marco de las democracias occidentales, donde se proclama y se garantiza teóricamente la libertad de información y de expresión, se ha desarrollado este terrorismo intelectual, fruto del pensamiento único de los años 68 y de lo políticamente correcto. Ya no hace falta una ideología estructurada como el marxismo-leninismo: ha sido suplido por la “soft-ideología”. Por el terrorismo intelectual, el adversario es reducido al silencio, es condenado a la inexistencia… ¡Y eso también en la Iglesia! No es sólo algo del mundo. Adentro, pasa lo mismo. En los medios progresistas, basta calificar a alguien de lefebrista o tradicionalista, para descalificarlo y anularlo entre sus pares.
Como se ve, es fundamental que los católicos no nos durmamos principalmente en la atención de los medios culturales-intelectuales. Los medios principales del terrorismo intelectual son los canales de educación; la prensa escrita con sus procedimientos de retención de la información o de la no-información; la televisión. En cuanto a los métodos son siempre los mismos, pero en una gama muy extensa: el silencio sobre sus contradictores y sus argumentos –no publicarlos-; la mentira y la repetición de la mentira hasta que obtenga el crédito de la verdad; la desinformación; la demonización y denuncia del adversario; la fabricación de mitos incapacitantes (¿no se fabricaron unos cuantos en la Argentina? ¿no se vive de ellos? ¿no los escuchamos todos los días?) la supuesta “autoridad” de expertos autoproclamados; la exclusión profesional de los recalcitrantes; las campañas de prensa coordinadas; la construcción de “iconos”; la manipulación de las cifras… (¿quién no lo ve a diario?); la reconstrucción del pasado como más les place; etc.
Como vemos, si no queremos sucumbir en la mentira y en la paganización de la sociedad –antes era cristiana y católica- , hace falta resistir y luchar. Una lucha a la vez intelectual y espiritual contra estas elites que nos imponen un modo de pensar.
No dudemos de que es posible revertir la tendencia, a fuerza de coraje y de perseverancia.
Por ello, Pío XII y también Juan Pablo II urgían a los católicos a comprometerse en la recristianización del orden temporal, y en particular a “re-cristianizar la cultura”. A no abstenerse de trabajar para volver a implantar los valores cristianos y católicos en la sociedad. “¿No es esto un sagrado deber para todo cristiano?” (Pío XII, Radiomensaje en el cincuentenario de la “Rerum novarum”, 1/6/1941). “No os desalienten las dificultades externas ni os desanimen los obstáculos del creciente paganismo de la vida pública (…) Vosotros, conscientes y convencidos de tal responsabilidad sagrada, no os contentéis jamás, en el fondo de vuestra alma, con una mediocridad general pública, en la cual el común de los hombres no pueda, sino con actos heroicos de virtud observar los mandamientos divinos (…)” (Idem)
Efectivamente, ¿cómo se puede vivir cristianamente en esta sociedad si, para ello, hay que estar ejercitando casi de continuo la virtud heroica, para no pecar? Importa mucho que las instituciones de a sociedad (familia, escuela, etc.) estén plasmadas de tal manera que sean como un trampolín, para ayudar a cada hombre a conseguir su salvación eterna.
Pero, para ello, es necesario que los laicos se comprometan en la edificación del orden temporal, para hacerlo cada vez más cristiano, más católico, aunque la tarea –por su magnitud y por la extensión del mal- se presente gigante. Los laicos “conscientes y convencidos” no deben quedarse de brazos cruzados, viendo desmoronarse lo poco que queda sano. No deben rehusar al “sagrado deber” de trabajar por la re-cristianización de la cultura argentina.
1 Organización comunista camboyana que, tras la Guerra de Vietnam, la expulsión de los Estados Unidos y el derrocamiento del General Lon Nol (que regía una dictadura militar desde 1970), tomó el poder el 17 de abril de 1975 (la “Caída de Phnom Penh”) y fundó la Campuchea Democrática.
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